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Con una ubicación estratégica, sobre la calle de Río Lerma, eje de conexión entre el circuito interior y el Paseo de la Reforma, Torre Diana hace presencia en el skyline de la ciudad de México, con un carácter emblemático tanto por la proporción de la torre, como por la singularidad de su fachada. Esta proximidad a Reforma, principal eje corporativo y cultural de la Ciudad, sumada al altísimo potencial del terreno, y el emplazamiento en una zona de carácter comercial y recreativo, determinan varios retos que debe asumir el diseño de un proyecto de excelencia.

Dicha singularidad de la torre, dada por la atípica materialización de su fachada, ofrecen al paisaje urbano un elemento festivo, vibrante, lleno de vida y movimiento. Es así como esta piel se fragmenta en una composición tridimensional, haciendo las veces de diamantes que brillan en la ciudad, intención que se materializa mediante la fragmentación en elementos horizontales y verticales que configuran una piel dinámica, la cual, gracias a las propiedades del cristal, alcanzan dicha intención inicial.

Buscando aprovechar al máximo el potencial del terreno, y de acuerdo con la intención de generar un proyecto versátil, el corporativo logra un juego de volúmenes que dan respuesta tanto a la gran escala urbana como a una escala más doméstica, amable con el peatón. En este sentido, el edificio se abre a transeúntes y residentes a través de una plaza que refuerza las intenciones de diseño del conjunto: un espacio festivo, exuberante, lleno de brillo, debido la presencia de elementos neutros como agua, luz y naturaleza, dispuestos de tal manera que el usuario se siente acogido por el espacio. Al interior del edificio, contacto con la plaza, el edificio ofrece la oportunidad de realizar diversas actividades complementarias, permitiendo que la vida del edificio se extienda más allá del ámbito laboral.